Cada día hablamos. Hablamos con todo el mundo realmente, incluso con nosotros mismos o con objetos inanimados, sobretodo cuando se trata de un producto de la tecnología humana, pero siempre hablamos. Nuestros pensamientos están llenos de palabras que dan sentido a la realidad a que pertenecemos y es a través de ellas que interactuamos sobre esa misma realidad.
Sin el verbo, nuestra relación con el mundo sería muy diferente. Sin embargo, no todos lo dominamos de igual forma: hay quien posea un vocabulario más vasto, tenga un especial talento oratorio o sea capaz de expresar en verso lo que la mayoría no consigue en prosa. El placer de la comunicación humana es también dispar, dando cabida a los más extrovertidos de nosotros hasta los más comedidos, aquellos que prefieren escuchar y aprecian el silencio al hablar por hablar.
Pero, ¿qué pasa cuando medimos este placer en diferentes idiomas? Hablando en su proprio idioma con el acento que su geografía le haya dado en conjunto con su entorno sociofamiliar, ¿puede uno darse cuenta de la belleza de su propio discurso? O, por otro lado, el aprendiz que va mejorando poco a poco sus habilidades en un nuevo idioma, ¿qué sensaciones tiene al expresar su íntimo en sonidos que no eran hasta entonces suyos? Quizás mejor ponerlo por ejemplos; para muchos, la lengua italiana posee unas determinadas características que la hacen muy agradable al oído: las largas vocales, la profusión de la «i», la melodía propia de hablar con gestos. Para el italiano nativo, quizás sea simplemente su idioma. Convive con él desde que se acuerda, se despierta y se va a dormir pensando en él, da sentido a su identidad personal con esa lengua tan suya. No le suena de la misma forma que a los de otros idiomas, algo similar a lo que ocurre con los que no hablan alemán y dicen que Angela Merkel siempre parecía estar enfadada y es una persona dura; los alemanes quizás estén de acuerdo, pero no por la cuestión idiomática.
En el segundo caso, el placer se descubre. Soltando amarras de la lengua vehícular, el que aprende un nuevo idioma experimenta una sonoridad y unos significados nuevos, una forma de expresarse que antes no podía existir, una nueva sensación que le permite ser más al conquistar más herramientas para comunicar. Y las palabras ganan cuerpo: placer le gana a «prazer«, «touch» le gana a toque, «merci» es más agraciado que «danke«. La dimensión de la comunicación ya no es solo basada en su utilidad, sino que incorpora el elemento del gusto y de la belleza, del disfrute por como la palabra se forma en la boca y nos acaricia los oídos, añadiéndole el plus de significado que el mero aglomerado de letras no logra transmitir. La lengua es, simplemente, otro sinónimo más de placer.
Comments